La Filmoteca del Terrario

viernes, 30 de diciembre de 2011

"LA PUERTA DEL CIELO": The good gone days



Esta reseña contiene spoilers.

La Puerta del Cielo es la historia de un amanecer y una puesta de Sol. Concretamente, el periodo de tiempo que transcurre entre que Jim Averill (Kris Kristofferson) se gradúa en Harvard hasta su soledad en un yate. Las ilusiones de juventud, de amor y de fe en un país hechas añicos a tiros y explosiones. “Recuerdas los buenos tiempos?”, le pregunta su viejo amigo y bufón alcoholizado William Irvine (John Hurt). “Más claro y mejor, conforme voy haciéndome viejo”, le contesta Averill. Es en esos viejos y buenos tiempos donde cruzaba miradas cómplices con una hermosa chica (Rosie Vela), símbolo perfecto del sueño americano en general y de sus ilusiones en particular que en principio no parece relevante en la historia. Donde escuchaba los discursos bienintencionados del Reverendo Doctor (Joseph Cotten) sobre cómo la juventud (mejor dicho, los nuevos aristócratas de Estados Unidos) podía, con su influencia, ejercer la educación de una nación. Si hasta los compañeros del Reverendo emiten bostezos maldisimulados al oír sus palabras, imaginen lo que pensarán sus alumnos. Es mucho mejor bailar al son del “Danubio Azul” de Strauss con chicas guapas, y si es con la chica de la que te has enamorado, mucho mejor. Todo esto lo vemos en unas escenas donde la prodigiosa cámara de Vilmos Zsigmond va acompañando a las parejas de baile con gracilidad y energía. Tras una metafórica pelea entre estudiantes para conseguir una corona de flores en lo alto de un árbol y en donde se dan puñetazos y agarrones para conseguirla, toca cantar a las chicas con la única iluminación nocturna de las velas. “Tres hurras por nuestra querida patria”. Cimino, como con El Cazador (The Deer Hunter, 1978) en ese celebrado momento en el que se produce un corte de montaje que nos lleva del bar de los amigos a Vietnam, nos lleva del Este al Oeste 20 años después, en 1890, donde los inmigrantes europeos habitan en esa “Heaven’s Gate” llamada América.

A partir de ahí y hasta casi la segunda hora de metraje, tenemos tiempo de sobra para ir conociendo a los personajes, el paisaje, la trama de la Asociación de Ganaderos liderada por Frank Canton (Sam Waterston) para quedarse con las tierras de los inmigrantes acusándoles de anarquistas y ladrones, contratando un grupo de mercenarios para liquidarlos lista negra mediante y contando con la aprobación de los poderes fácticos, presidente de los Estados Unidos incluido. Para ir abriendo boca, la soberbia presentación de Nate Champion (Christopher Walken comenzando a interpretar a tipos turbios, aunque éste tenga su corazoncito), asesino a sueldo de la Asociación. Un inmigrante preparando la carne con sábanas rodeándolo. Vamos viendo poco la poco la sombra de Walken y el pobre inmigrante preguntando quién es. No hay respuesta. Vemos la silueta de Walken manejando un rifle…que va apuntando al inmigrante. “A la pieza hay que cobrarla de un solo disparo”, que diría Michael Vronsky. Un disparo, la ya viuda del inmigrante gritando como una posesa y vemos a Walken alejándose mediante el boquete que dejó en la sábana.


Ya en Casper, Wyoming, nos encontramos en una ciudad del Oeste. Literalmente. Cientos de caballos, extras, transeúntes, etc. mucho antes de ordenadores y CGI, dando la impresión de que “nos encontramos allí”, gracias en parte al perfeccionismo de Cimino y en parte al magnífico hacer del equipo técnico. Tras el triste reencuentro del sheriff Averill con su compañero de juventud y chistes y ahora acabado Irvine, los recuerdos sobre “los viejos buenos tiempos”, conocer los planes de la asociación y poner firme a Canton hostiazo mediante, toca intentar relajarse antes del estallido de la tragedia. Mientras bebe, John L. Bridges (Jeff Bridges encarnando a un antepasado real suyo) le suelta una frase demoledora: “Es peligroso ser pobre en este país”. Antes de que los inmigrantes conozcan lo que les espera, que se diviertan por un día. Averill va a ver a su amorcillo, Ella Watson (una Isabelle Huppert más hermosa que nunca y de cuerpo presente en todos los aspectos), una madame francesa que regenta su burdel cobrando en metálico o con ganado. Entre pasteles hechos con más voluntad que acierto y regalos de calesas, llegan los instantes más felices de la película. Viaje al poblado para que todo el pueblo la vea, un baño a la luz del sol y el gran baile sobre patines. Posiblemente lo más celebrado de la película, con una partitura contagiosa de David Mansfield (el violinista cejijunto) y casi todo el poblado bailando con alegría (¿Por qué Cimino no se animó a rodar un musical, si muchos de los mejores momentos de sus películas vienen de los bailoteos?). Más pobre que 20 años ha en Harvard, pero mucho más animado. Averill y Ella quedan solos y la banda toca para ellos un hermoso vals con la cámara de Cimino acompañando a la pareja.


Pero descubrimos que Ella también tiene un amante. Nate Champion. Averill y Nate no tardan en pelearse y Ella decide quedarse con Nate. “Tú me compras cosas, él me ha pedido que me case”. Si Averill no la ha pedido en matrimonio, es porque quizás tiene a alguien esperándola en el Este. Llegan los mercenarios de la Asociación. A partir de ahí, comienza la escabechina con el jefe de estación Curly (Richard Masur) como primera víctima. Averill informa a los inmigrantes de los planes de la Asociación y procede a leer los 125 nombres de la lista negra. Entre los nombres de esa lista está el del Ella. Casi todo el poblado en lo que parece ser un exterminio en toda regla. Ella es violada por tres mercenarios que se han cargado a las chicas del burdel en una escena incómoda como lo eran las partidas de ruleta rusa de El Cazador y es salvada a tiro limpio por Averill, que abate a dos de ellos. El tercero escapa, pero es rematado por un cabreado Champion, que renuncia a la Asociación. Será su sentencia para él y para su amigo Nick Ray (Mickey Rourke, descubierto para el cine por Cimino en un papel de nombre de homenaje claro), freídos a balazos los dos en una escalofriante ensalada de tiros, no sin que antes Champion deje una nota de despedida a Jim Averill y Ella.






El poblado se rebela contra su alcalde (Paul Koslo), quien antes decide retirar sus honores al sheriff Averill y va a enfrentarse a la Asociación en una batalla condenada de antemano. La batalla final es un puro caos de polvo, humo, muertos, caballos y carruajes que caen. Averill llega tras vacilar mucho y pensar si marchar de la zona para luchar con la gente a la que debe proteger. Canton huye para avisar al Séptimo de Caballería. Averill adopta una estrategia de los Romanos con barricadas hechas de madera y con ruedas. Muchísimas explosiones. Llega el Séptimo de Caballería justo a tiempo para rescatar a los de la Asociación. El Danubio Azul que 20 años antes sonaba con toda la fanfarria de una orquesta ahora es el lamento de una guitarra mientras vemos el suelo lleno de cadáveres de los inmigrantes con John Bridges lamentándose y asistiendo impotente al suicidio (muy realista) pistola en boca mediante de una inmigrante destrozada al tiempo que Averill se aleja solitario de la zona. Sopla el viento arrastrando polvo, como si quisiera borrar de los libros de historia la escabechina.


Averill se dispone a marchar con Ella con la ayuda de Bridges. Inesperadamente y con el sonido a todo volumen, una lluvia de disparos abate a Ella y John, pero Averill consigue acabar con Canton y sus secuaces menos a uno que huye a caballo. Un desconsolado Jim llora con el cadáver ensangrentado de Ella en sus brazos, recordando a Michael y Nick al final de El Cazador. 13 años después en Newport nos encontramos con un avejentado Averill en su yate y con la chica del comienzo de Harvard, ahora una sombra de sí misma. El símbolo perfecto de las ilusiones de juventud hecho trizas. La “mujer de Averill” le pide un cigarrillo, que Averill le da con parsimonia. Averill abandona el salón del barco para contemplar la puesta de Sol. Fundido en negro. Créditos.


Así es La Puerta del Cielo en su versión de 214 minutos (lástima que en España esté sólo comercializado el re-montaje de 143 minutos). Cuando acaba la película, el espectador tiene la impresión de que realmente ha estado en el Wyoming de 1890. A esta impresión contribuye la labor sobre todo de un Vilmos Zsigmond inspirado en fotografías de la época con un gran trabajo de iluminación utilizando un tono amarillento para los exteriores soleados y la luz de las lamparillas antiguas en las escenas en interiores nocturnos. Todo el dinero que se gastó se invirtió en el aspecto artístico, donde brillan vestuario y decorados ultrarrealistas y hechos con un perfeccionismo a lo Kubrick que sería lo que condenaría finalmente a un Michael Cimino sobrado en entusiasmo, megalomanía y ambiciones que ahogan la narrativa y usa mucho metraje para contar lo que puede resumirse en 100 minutos. Pero cómo rueda todo: Con unos movimientos de cámara con grúa aún hoy impresionantes para los momentos épicos y bebiendo de fuentes diversas como Kurosawa o Eisenstein (la madre con el niño en brazos Potmekiniana en plena batalla) para las escenas de batalla, Visconti (No es de extrañar que en su lista de autores predilectos siempre mencione su nombre) para ilustrar la decadencia y lujo de los ricos de América o John Ford y los viejos maestros para mostrar la belleza de los paisajes de Wyoming (aunque se rodó en Montana)


La segunda parte de una trilogía sobre América y la inmigración situada entre El Cazador y Manhattan Sur (Year of the Dragon, 1985), repleta de estallidos de violencia brutal, composiciones preciosistas en scope, ambigüedad en el comportamiento de sus personajes, un reparto de lujo donde brilla con luz propia una Huppert que rara vez estuvo más hermosa y una banda sonora a recuperar de David Mansfield con instrumentos de la época que poco a poco va recuperando prestigio después de ser masacrada por la crítica y público norteamericano de la época, unos posiblemente por ojeriza a Cimino y los otros por esperarse encontrar con David Lean en el oeste o bien un carrusel de tiroteos y escenas espectaculares. Un producto de los 70 estrenado justo cuando Reagan comenzaba su mandato. Al mismo tiempo, el auge y caída del “Nuevo Hollywood” de la generación de los 70. 


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