"Un día estaré ante Dios. Me dirá "tú eres el que dirigió Holocausto Caníbal". Pondré mis manos en oración, diré "sí"...y a esperar"- Ruggero Deodato, un hombre a los caníbales pegado. |
Pese a que cultivó prácticamente todos los géneros,
Ruggero Deodato será recordado principalmente por su labor en el cine de caníbales
italiano, que por cierto su amigo Eli Roth tiene firme intención de homenajear
con el estreno el año que viene de The Green Inferno.
Concretamente ¡Mundo Caníbal, Mundo Salvaje!
(Ultimo Mondo Cannibale, 1976) y sobre
todo Holocausto Caníbal (Cannibal Holocaust,
1980) son las películas por las que más le preguntan y que son objeto de
debates eternos por los motivos más variados. El propio Deodato intentó descolgarse de la etiqueta de "monsieur cannibal" en un "cut and run" hacia otros géneros, sin conseguirlo. Pese a que pasó años anunciando
su retorno al subgénero con Cannibals,
todo parece indicar que tal película no se llevará a cabo al menos por ahora,
centrando el director sus esfuerzos en una secuela de House on the
Edge of the Park (me niego a llamarla por
el “spoileresco” título hispano) que ya no contará con la presencia del
fallecido David Hess.
Deodato & Eli Roth |
Como comento en el párrafo anterior, en la
trayectoria de Deodato nos encontramos con cintas de todos los géneros: desde
el thriller sexual con Oleada de Placer
(Una Ondiata di Piacere, 1975) hasta el polizziotesco con
Uomini si Nasce, Poliziotti si Muore
(que no he podido ver aun, pero que Deodato considera su segunda mejor película
tras Holocausto) pasando por el cine de
bárbaros con la muy entrañable Los Bárbaros
(The Barbarians, 1987) a mayor gloria de los gemelos culturistas Peter y David
Paul, su retorno a la selva sudamericana con Cut and Run (1985) el slasher a lo Viernes 13
con Camping del Terror (Camping del
Terrore, 1987)…una filmografía muy interesante, con sus títulos recomendables,
mediocres y en algunos casos espantosos, pero que no debe reducirse a su cine
de caníbales. En este post se comentan brevemente dos títulos que no son
grandes películas ni pretendieron nunca serlo, pero que funcionan a pesar de
sus defectos.
Los Invasores del Abismo (I predatori
di Atlantide, 1983) es un título por el cual Ruggero Deodato no mostró nunca un
particular interés, tal como podemos leer en la entrevista que concedió al
imprescindible Quatermass dedicado al fantástico italiano “Es una co-producción con Filipinas, donde se rodó. La recuerdo
gratamente y la hice porque después de Holocausto
no era fácil encontrar trabajo para hacer películas realistas y dado que la
mayor parte del público la consideraba de horror, ¿por qué no? Démosle horror y
fantástico. Yo debo comer, ¿no?” (“Ruggero Deodato, En busca del realismo
perdido”, José Manuel Serrano Cueto, Quatermass Nº 7 p. 141). A pesar de que
pueda parecer que Deodato se enfrentó al encargo con desgana, nada más lejos de
la realidad: el director italiano imprime energía a la película justo con la
aparición de los atlantes motorizados, sacados no ya del Mad Max original, sino de
la imitación italiana más casposa y barata.
Ambientada en el Miami del futuro (el año 1994) esta
historia de la Atlántida resurgida de las aguas por la energía nuclear de un
submarino hundido es autoconsciente de su desvergüenza y que promete, entre
otras cosas: entrañables efectos especiales de saldo como esos disparos lásers,
escenas prestadas de otras cintas para simular olas gigantescas y esa Atlántida
en el tramo final de la cinta que se nota a mil leguas que es una chapucera
maqueta; actuaciones que no son del Actor's Studio precisamente (aunque ¡qué
más da!), destacando al protagonista Christopher Connelly, actor
televisivo que no tardó en apuntarse en todo tipo de divertidos subproductos a
la italiana en su declive y a su “compañero de armas” Tony King,
ex-jugador de fútbol americano convertido al islam y cuyo personaje comparte
religión hasta el punto de estar obsesionado en que lo llamen Mohammed y no
Washington, su nombre de nacimiento; un reparto donde nos encontramos a
“sospechosos habituales” del género como Ivan Rassimov, George Hilton o el
futuro director Michele Soavi (Aquarius, El Engendro del
Diablo, Dellamorte Dellamore);
“Homenajes” a títulos como Asalto a la Comisaría del Distrito 13
(Assault on Precint 13, John Carpenter, 1976) o La Noche de los Muertos Vivientes
(Night of the living Dead, George A. Romero, 1968) con los atlantes/zombies
atacando a los héroes en una casa abandonada mientras éstos se defienden a
cócteles molotov que besan antes de lanzarlos; decapitamientos efectivos a los
atlantes motoristas y escenas de acción que sirven de refresco al espectador
aburrido en estos tiempos habituales de abuso del ordenador. En concreto, la
que acontece en el autobús perseguido por el helicóptero, donde los
especialistas se juegan el tipo de verdad sin trampa ni cartón.
Todo ello rematado por una banda sonora de Guido y Maurizio
de Angelis (firmando los dos hermanos con el seudónimo de Oliver Onions) donde
destaca sobremanera el tema “Black Inferno”, pegadiza coplilla a ritmo de
sintetizador que abre y cierra un título al que le podemos achacar los defectos
que ustedes quieran, pero que sorprendentemente acaba adelantando a buena parte
de los cada vez más aburridos blockbusters de Hollywood, aunque sea a costa de
su desvergüenza.
El siguiente título que nos ocupa sí que goza de mayores
simpatías por parte de su director, Teléfono Mortal. Aunque uno prefiera
el título original italiano, Minaccia d’Amore (Amenaza de Amor).
Vuelvo al Quatermass anteriormente citado: “Es
la película fantástica mía que más me gusta porque fue un desafío hacerla.
Había que contar una historia donde el protagonista asesino es un teléfono, sí,
un aparato telefónico. Un bello reto, ¿verdad? El teléfono se enamora de una
joven y acaba con la vida de quienes la rodean. Me divierte mucho hacer
películas difíciles donde hay que arriesgarse con la técnica” (p. 142). Es
lógico pensar que la historia así contada sea demencial, pero lo cierto es que
contra todo pronóstico funciona, siempre y cuando el espectador sea consciente
del delirio.
Para protagonizar la película, Deodato contó con Charlotte
Lewis, una actriz británica de talento inversamente proporcional a la
espectacularidad de su cuerpo que tras lograr el papel de la princesa en la
desgraciada Piratas de Roman Polanski y ser la partenaire de Eddie Murphy
en El
Chico de Oro (The Golden Boy, Daniel Petrie, 1986) se dedicó a vivir la
vida loca con amorcillos como Charlie Sheen y Mickey Rourke hasta caer en el
olvido hasta hace relativamente poco, donde volvió “al candelabro” tras acusar
a Roman Polanski, en pleno culebrón suizo, de lo que pueden imaginarse antes,
durante y después del rodaje de la mencionada Piratas. La buena mujer
en su “actuación” como la modelo Jenny Cooper lidia como buenamente puede
escenas como la de los orgasmos en la bañera o siendo atada por los cables
telefónicos en el clímax final, en una pose idónea para protagonizar una
portada de revista dedicada al bondage. Lamento informar de que no se la ve
nada, salvo un mísero pezón; quien quiera “verla mejor”, que vaya a Google o
intente ver Men of War, apreciable vehículo al servicio de un Dolph
Lundgren en plan “mercenario con corazoncito” con guión de ¡John Sayles!
Abundan las escenas inolvidables: los planos de la
habitación donde se encuentra el ente, de un esteticismo ochentero y fotografía
azulada que haría las delicias de los Adrian Lyne y Alan Parker más
esteticistas; los planos subjetivos del
teléfono moviéndose poco a poco en el piso de la fotógrafa amiga de la prota, que
huelga decir que acabará como el rosario de la aurora; Jenny y su amigo
Riccardo (Marcello Modugno, clon de un joven Nicolas Cage) encuentran en el
aeropuerto a Irving Klein (William Berger), profesor experto en temas
paranormales para que intente dar una solución a todo el embrollo…para que “misteriosamente”
le explote el marcapasos en todo el “esplendor gore”; Jenny es acosada en la
estación de metro por un violador y salvada por el ente, que lanza al macarra
monedazos desde una cabina telefónica. Queda claro que Deodato acompaña al
espectador en sus carcajadas y en el cachondeo (véase el epílogo, con una “cabronesca”
Lewis sentenciado a su ex novio), pero lo curioso es que gracias a su labor Minaccia
d’Amore acaba superando sus deficiencias. Repito, siempre que seamos
conscientes de su naturaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario